Vivimos en una época que parece marcada por la prisa, las apariencias y la necesidad de mostrar una vida perfecta. Redes sociales llenas de sonrisas, logros profesionales, cuerpos trabajados y viajes idílicos. Sin embargo, detrás de tanta fachada muchas veces habita el silencio de una pregunta incómoda: ¿Y todo esto… para qué?
Esta realidad es aún más intensa en colectivos como el LGBTQ+, donde el camino personal ha estado marcado durante años por la lucha, el reconocimiento y la búsqueda de aceptación. Tras conseguir cierta libertad o estabilidad, muchos se encuentran con un terreno inesperado: la sensación de vacío, la duda existencial, el miedo a no tener un rumbo claro.

Cuando el “tener” no es suficiente
En torno a los 30 años —ese momento en que se espera que ya lo tengamos “todo hecho”—, la vida nos enfrenta a un espejo incómodo: hemos trabajado duro, tal vez alcanzando metas sociales, acumulado experiencias… pero internamente algo nos falta. Nos damos cuenta de que el tener (éxito, físico, objetos, validación externa…) no llena el alma.
Y es ahí cuando aparece la gran pregunta: ¿Quién soy y para qué estoy aquí?
El vacío existencial no es un fracaso, aunque lo sintamos como tal. Es, en realidad, una llamada: un recordatorio de que la vida no se mide por lo que aparentamos, sino por lo que somos capaces de sentir, crear y aportar desde lo más profundo de nuestro ser.

El propósito tiene que ser como nuestra brújula interior que nos guia
Tener un propósito de vida no significa tener un plan perfecto, una meta final clara o un guion que seguir al pie de la letra. El propósito es más bien una brújula interior, una dirección que da sentido a lo que hacemos y nos conecta con lo esencial: con nuestra capacidad de amar, crecer y aportar.
En el colectivo LGBTQ+ esto cobra una fuerza especial: hemos aprendido a cuestionar lo establecido, a romper moldes y a buscar nuestra verdad. Pero ese mismo camino, si no está acompañado de autoconocimiento, puede llevarnos a la trampa de vivir solo hacia afuera, siempre esperando aprobación o reconocimiento y, sobre todo, la vida superficial que nos arrastra al sinsentido.
El propósito, en cambio, se construye desde dentro hacia afuera. No se trata de impresionar al mundo, sino de elegir cómo queremos habitarlo y ser auténticos.
Inteligencia emocional: el puente hacia el sentido
Aquí entran en juego tres pilares fundamentales, que no son fórmulas mágicas, sino herramientas necesarias para una vida más consciente:
1. Autoconocimiento
Mirarnos con sinceridad, desde la verdad, reconocer nuestras heridas, nuestras luces y sombras. Preguntarnos qué queremos de verdad, qué nos mueve y qué nos roba la energía. El autoconocimiento es el primer paso para dejar de vivir en piloto automático.
2. Gestión emocional
Aprender a convivir con nuestras emociones, no como enemigas, sino como señales que nos guían. El miedo, la tristeza, la frustración… no están ahí para castigarnos, sino para mostrarnos caminos. La gestión emocional nos ayuda a transformar las tormentas de nuestro día a día en aprendizaje.
3. Motivación intrínseca
Dejar de depender del aplauso ajeno y empezar a actuar por lo que realmente nos inspira. La motivación intrínseca es la chispa que se enciende cuando conectamos con lo que nos importa de verdad, con nuestra esencia, nuestros valores, nuestro SER, aunque nadie lo vea o lo premie.
Cuando integramos estos tres pilares en nuestra vida, abrimos la puerta a algo más grande: la autorrealización, ese estado donde sentimos que estamos alineados con lo esencial y que nuestra vida tiene un sentido profundo.

Del vacío a la plenitud
El viaje a nuestro ser interior no es fácil. A veces se parece más a un laberinto que a una autopista, ¡ojalá fuese así! un laberinto al que merece la pena adentrarse, porque cada paso nos acerca al autoconocimiento, cada emoción bien gestionada y cada decisión tomada desde dentro nos acerca a un estado de plenitud. No es fácil, pero es lo que nos hace SER.
Y aquí aparece lo más transformador: cuando vivimos desde el amor propio y con un propósito de vida, no solo cambiamos, sino que también nuestro entorno. Dejamos de ser víctimas del vacío para convertirnos en agentes de cambio.
Vivimos en un mundo que nos empuja a demostrar quiénes somos, incluso a aparentarlo, por eso, vivir con un propósito claro es el acto más radical de libertad: ser la persona más valiosa de nuestra propia vida.
Te hago una invitación
Si sientes que este espejo del vacío está frente a ti, no lo ignores. Es la oportunidad de comenzar a caminar hacia lo esencial. No necesitas hacerlo solo: el apoyo de un grupo, un mentor o un proceso formativo puede ser la diferencia entre seguir girando en círculos o avanzar hacia tu propósito.
Porque al final, la plenitud no se trata de tener más, sino de ser más tú mismo.
Soy Pedro Luis Picazo Gómez (Lupi), mentor en inteligencia emocional y formador vivencial. Tras más de 30 años como docente y después de vivir en carne propia el sinsentido, descubrí en la Inteligencia Emocional y el propósito de vida las claves para vivir en plenitud. Hoy acompaño a personas y equipos a reconectar con su energía, claridad y motivación para que puedan vivir con sentido.
¿Quieres dar el paso hacia tu propósito y comenzar a transformar tu vida?
Te invito a conocer mis mentorías y programas de formación vivencial.
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